Y es gratis.
Por supuesto que todos necesitamos a alguien.
Lo que pasa es que nos hemos ido construyendo en hormigón.
Creemos que el individualismo es hacer lo que queramos cuando queramos.
Como si la mera existencia de otra persona pudiera hacer que dejáramos de hacerlo.
No nos damos cuenta de que estamos huyendo todo el rato.
Con toda esa falsa construcción acerca de la seguridad.
Con todo ese montón de palabras acerca del romanticismo, la codependencia y la toxicidad.
Pero en el fondo nos cagamos de miedo.
Como todos.
Porque todos vamos directos hacia la muerte.
Y porque este camino da mucho miedo si lo hacemos solos.
Así que dejemos ya la máscara a un lado.
Dejemos ya las excusas intelectualizadas sobre nuestras necesidades.
Sobre nuestra idea de cómo debe ser la vida.
Dejemos la lista de requisitos absurdos para que alguien se pueda convertir en pareja.
Dejemos ya los discursos elaborados sobre la forma correcta de ser.
Todo eso no tiene nada que ver con sentir.
Volvamos al instante antes de que todo se torciera.
¿Lo recuerdas?
Al instante antes de que te hicieran daño por primera vez.
En el que te cambiaron las mariposas por neuronas.
Y vuelve a sentir.
¿Recuerdas lo bonito que era sentir que eras algo para alguien?
El alivio de dejar de pertenecerte a ti mismo durante un rato.
Apuesta.
Mejor bien acompañado que solo.
Comprométete con un sentimiento, siempre.
Tienes que estar presente, siempre.
Si solo tenemos este instante.
¿Por qué vas a desaprovecharlo pensando?
Paralizada porque puedan hacerte sufrir.
Pero si el sufrimiento es una elección.
Pero si el dolor es placer tocado en una nota desafinada.
Desármate de la madurez.
No necesitas reafirmarte.
Necesitas enamorarte.
Como cuando tenías quince y el mundo se dividía entre el tiempo de estar besando y el resto del tiempo.
Cuando siempre te amanecía en la boca.
Necesitas que alguien camine un rato contigo.
Te sujete la mochila cuando vayas a beber agua.
Te haga una broma.
Te diga que ya vamos llegando.
O que esté en silencio.
Pero contigo.
Así que ya sabes.
De hoy no pasa.
Lo que mató al gato fue la prudencia.
El querer es lo único nuestro.
Que es transferible.
Y es gratis.
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